“Porque en la selva, se escuchan tiros;
son las almas de los pobres, son los gritos del latino...”
Las Manos de Filippi.
Tenía 13 años cuando me levanté un miércoles 19 de diciembre, no muy temprano porque ya estaba de vacaciones del colegio, y mi mamá me decía que estaban saqueando los supermercados. Para ese día, la sobredosis de TV no tenía límites, ni tampoco el pánico. Recuerdo sentir miedo al salir al balcón de mi casa y ver a mucha gente pasando por la calle con changuitos de supermercados repletos de mercadería, luego ver esa misma imagen por televisión reproducida miles de veces y en distintos lugares del país. También recuerdo sentir miedo al ver la tristeza en la mirada de mis padres; sabía que tiempos difíciles estaban llegando.
“Crisis” se escuchaba y leía constantemente por los distintos medios. Yo entendía poco del contexto político del país en ese momento, pero no necesitaba mucho para percibir esas miradas desesperadas que con furia, hastío y, por sobre todas las cosas, hambre, tomaban los supermercados y arrasaban con todo a su paso.
Ya no había nada qué perder. El país había dicho “basta”, el país tenía hambre, y cuando tenés hambre y tus hijos también la tienen, es difícil pensar fríamente. La mierda había colapsado después de años de vivir en un mundo de fantasía llamado Primer Mundo.
La violencia terminó por instalarse definitivamente, Estado de sitio decidió el Gobierno Nacional y el pánico se incrementó. Para el 20 de diciembre, el entonces Presidente Fernando De La Rúa renuncia a su mandato y la imagen del helicóptero despegando del techo de la Casa Rosada aumenta la incertidumbre sobre el futuro. Para los días que siguieron, el “que se vayan todos”, salido de las venas abiertas de millones de argentinos hartos de corrupción, eran las palabras que sonaban una y otra vez.
Para el 24 de diciembre de 2001 no hubo Noche Buena, no había nada por qué festejar. Argentina sufría ciudadanos muertos, un desfile de presidentes, una guerra de pobres contra pobres, una muerte de la creencia en la política institucional. Una década parece mucho, pero en realidad es muy poco; habíamos caído, una vez más, en un pozo sin fondo pero que de a poco logramos salir, aunque todavía quede un largo trecho.
Nota publicada en Babel Digital (18 de diciembre de 2011)
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